Así se siente el otoño

Otoño en Buenos Aires, hojas amarillas y rojas que adornan todas las veredas, se mueven, viajan, se transportan casi fantásticamente por un viento sutil que uno prácticamente no siente; inundan las calles tapando el color de las baldosas, uno no ve donde pisa, solo ve una alfombra que se extiende de esquina  a esquina, Buenos Aires y su uniforme otoñal. No hace frío en el otoño porteño pero siempre una madre advierte que es mejor llevarse un saquito, por si refresca, y un pañuelo en el cuello, porque el cuello es lo primero que se ve afectado por el viento imperceptible y traicionero.

Este es mi segundo otoño del año, el primero lo pasé en el hermoso barrio de Nuñez, rodeada de detalles como los que mencioné en el párrafo anterior, despertando a las 7 de la mañana y yendo a trabajar de lunes a viernes, regresando a las 19 a casa, donde mi gata me esperaba para merendar. Durante los fines de semana otoñales tenía una vida hermosa, donde veía a mi familia, a mis amigos y añoraba el momento en que me subiría al avión que me traería acá, donde me esperaba el verano y otra vez el otoño y otra vez el invierno.

El otoño europeo no es como el que viví en mis anteriores 27 años de vida, y no es el mismo otoño en Bélgica u Holanda el que se vive en España o Italia. A mi este segundo otoño me agarró desprevenida en Munich, y así como me enteraba por todos que el 21 de septiembre fue un día de verano en Buenos Aires, yo me refugiaba tomando chocolate caliente en un Starbucks cerca de Marienplatz, rogando que el sol se asome aunque sea un poquito.

Paseando por los canales de Amsterdam
Paseando por los canales de Amsterdam

Luego de Munich me mude a Holanda, finalmente conocí Amsterdam, donde me perdí por los canales entre lluvias y más días nublados, visite el Museo Van Gogh, que es ahora uno de los museos más hermosos que vi en mi vida, me emocioné y pasé horas contemplando cada obra maestra de ese señor tan virtuoso. Descubrí la zona roja, los quesos, los famosos coffee shop, las bicicletas que son capaces de asesinar a cualquier peatón despistado. Me alojé en las afueras, acompañada por amigos alemanes, alquilamos por airbnb.com una casa pequeña y acogedora; porque los hostels en Amsterdam son extremadamente caros y ademas escasean.

Después de una semana en la capital de Holanda, pasé un día por La Haya, que fue sin dudas el peor día de mi viaje. Me alojé por couchsurfing con un pianista que odiaba su ciudad, esa es sin duda la peor bienvenida que un local te puede dar, me predispuso mal hacía una ciudad que ya me recibía con lluvia y un día sombrío. La Haya esta vacía, mi anfitrión me lo había dicho pero yo lo dudaba, lo comprobé la mañana siguiente cuando salí a caminar, en algunas zonas es un pueblo fantasma, no hay gente, no hay autos, no hay bicicletas, no hay jóvenes. Tiene algunas construcciones muy lindas y fui muy afortunada en cuanto a mi afición al arte, ya que en el museo más importante de la ciudad tienen la colección más grande de Mondrian y del movimiento De Stijl, y además presentaba una exposición temporal con las mejores obras de Rothko. No necesité más que eso para justificar mi estadía en la ciudad más gris y desértica de Holanda.

La Haya, una de las pocas fotos que tomé
La Haya, una de las pocas fotos que tomé

Dicen que en la vida todo es karma, y aparentemente mi día deprimente en La Haya fue muy bien compensado por el universo, Rotterdam fue mi siguiente destino y me enamoró completamente. Fue una de las sorpresas más hermosas que me dio el viaje, no esperaba nada y me dejo con ganas de irme a vivir ahí. Esta ciudad, cuenta desde hace décadas con el puerto más grande de toda Europa, por lo que la cantidad de gente que vive y trabaja ahí es grande, sumado a eso, fue bombardeada en la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue reconstruida prácticamente de cero no hace tanto tiempo, eso la hace la ciudad más moderna de Holanda, y las pocas edificaciones de antes de la guerra que se mantienen en pie son un emblema de la ciudad.

Rotterdam y su puente emblema
Rotterdam y su puente emblema

El otoño holandés es frío, es nublado, el viento sopla fuerte y las pocas hojas que no levantan de la vereda te golpean la cara. En Holanda un saquito no es suficiente, y más recomendable que el pañuelo en el cuello es llevar el paraguas en la cartera. País hermoso y gris, sus habitantes son especiales, cordiales, amistosos y completamente abiertos al turismo, siempre dispuestos a ayudar, eso es sin duda lo más lindo que tiene una ciudad. Me quedé con las ganas de ver salir el sol en Amsterdam, pero supongo que esa es también la excusa para volver.

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