Viajar. Volar. Soltar. Tres acciones, tres verbos, miles de sensaciones y sentimientos que se encuentran. En ese orden y en cualquier orden, esta bien, lo que sientas esta bien. El futuro va a estar bien, recibir lo que nos llega y expulsar lo que nos daña.
No recuerdo un momento de mi vida en que no haya querido viajar, moverme, cambiar de aire, conocer nuevos lugares, culturas, estados, gente. Nací en una familia donde viajar es importante, por lo que siempre viaje, desde muy pequeña conocí lugares que hoy ya no recuerdo, primero acompañada de mi familia, y ya más de grande de amigas y de parejas. Siempre odié esos malditos quince días que te dan para conocer todo, un tiempo diminuto en una vida de sacrificios, un pequeño reloj de arena que se desarma en un abrir y cerrar de ojos.
No esta bien un año entero trabajando para tan poca recompensa, a mi no me sirve al menos, no es a lo que aspiro, no tiene nada que ver con quien soy, y menos aún, con quien quiero ser. Esas vacaciones coordinadas y cronometradas, segundo por segundo, buscando hacer todo y un poco más también, porque esos poquitos días encima te tienen que rendir.
Y en mi mente, y en mi alma, año tras año se iba gestando una sensación, un rompimiento, una inconformidad creciente, la no felicidad de sentir que estaba perdiendo mi tiempo, mi único tiempo. Y pensé, medité, divagué y soñé despierta durante muchos años, y cuando llego el momento justo, cuando sentí que había algo adentro mío mucho más grande que el miedo, en ese momento decidí.
Con la decisión ya tomada todo es más fácil; entonces comencé a compartirlo, porque para que algo sea real hay que ponerlo en el mundo y ver como crece, y se lo dije a mi familia, y a mis amigos y todo lo que recibí fue energía, entusiasmo, ganas. En ese momento entendí que cuando yo viajo, todos viajan conmigo, ven con mis ojos, recorren con mis pies, y son felices conmigo y por mi.
Y el tiempo fue pasando, y viajar cada día esta más cerca, y los miedos aparecen de nuevo, y ya empiezo a extrañar por anticipado. A abrazar mucho a los míos, a aprovechar cada cosa chiquita que me pasa con ellos, porque se que dentro de un tiempo no los voy a ver por mucho tiempo, no los voy a tener a unas cuadras de distancia, sino a miles de kilómetros.
Porque como todo lo lindo, los viajes también están llenos de sacrificios, de distancias y de inseguridades, pero la recompensa es más grande que todo.